Por Waldemar Verdugo Fuentes
Publicado en VOGUE
El
legendario violinista Yehudi Menuhin, afirma que su violín es "un arma de
reconciliación conmigo mismo y con los demás". Hijo de inmigrados rusos,
nació en New York en 1916: "no obstante mi edad, el asombro y la capacidad
de creer en los demás permanece igual, intemporalmente". Le enseñaron a
tocar el violín desde los cinco años, cuando inició sus estudios musicales con
maestros notables como Louis Persinger, Georges Enesco y Adolf Busch. Luego, su
amistad con artistas igualmente excepcionales como Casals, Toscanini y Schabel,
le permitieron adquirir los conocimientos del medio que le concierne,
respaldando su virtuosismo que le han ubicado como uno de los grandes músicos
contemporáneos.
La calidad excepcional de Yehudi Menuhin se
une a su extenso trabajo en favor de los más desposeídos, que también lo ubica
como un destacado humanista, porque, dice él: "después de todo no se puede
ir distraídamente por ahí tocando el violín mientras todo arde". Desde
1952 realiza constantes presentaciones, especialmente en los países donde el
hambre arrecia, como en India, cuyas ganancias las destina al "Fondo para
la Hambruna", que le ha valido, entre otros, el Premio de la Paz
Jawaharlal Nehru" de ese país. Ha ocupado varios cargos de responsabilidad
social, como la presidencia del Consejo Musical Internacional de la UNESCO, y
la dirección del Fondo Internacional para Ayuda Mutua de Músicos. Entre otras
distinciones ha obtenido el Premio de la Paz en Alemania, la Legión de Honor en
Francia, la Orden al Mérito de Alemania, la Orden de la Corona Belga; es
Caballero Honorario del gobierno inglés, Doctor Honoris Causa en una veintena
de universidades y Ciudadano Honorífico de varios países.
Con el maestro Menuhin conversamos en el
marco excepcional de la antiquísima Iglesia de la Compañía en la ciudad de
Guanajuato. El asiste como invitado del Festival Internacional Cervantino, el
excelso encuentro de artistas del mundo que se celebra cada año en esta bella
ciudad mexicana. Me cita a las ocho de la mañana, y cuando llego a esa hora,
Menuhin ya ha desayunado, el color plateado de su cabello resalta con el
elegante traje oscuro que viste; se muestra cordial y animado. Dice que
partamos enseguida al lugar en que deberá actuar al medio día: el atrio de la
Compañía. Nos dirigimos a la iglesia junto a otras personas que forman su
comitiva, todos ellos son también sus discípulos. Menuhin inspecciona cada rincón
del lugar, es bellísimo el sitio y sus gestos son de gran complacencia por lo
que ve; prueba el sonido y confirma que todo estará en orden para su concierto.
Alrededor de las 10:30 su inspección ha terminado, imparte algunas órdenes
finales y dice que nos ubiquemos en una de las bancas finales del recinto
sagrado. Allí conversamos sin que nadie nos interrumpiera nunca, hasta una hora
después, cuando comenzó a llegar el público. En un momento, le pregunto acerca
de lo que ha intentado lograr en su vida consagrándose a la música:
-He intentado robarle a la vida la ilusión
de ser feliz.
-¿Lo ha conseguido?
-A mi manera, sí. También he intentado crear
utopías, porque si bien la música parece normal y razonable, también es
utópica.
-¿Por qué su interés en lo utópico?
-Porque creo que lo normal y lo no-razonable
deben estar balanceados, debe existir un equilibrio a pesar de todo. A veces
pareciera que lo irrazonable, que la violencia es lo lógico, que la agresión
sea lo normal; y en estos casos es cuando la música cumple una de sus funciones
esenciales, que es crear armonías. Mi deseo, mi aspiración es conseguir que mi
trabajo de músico logre, en su medida, un mayor entendimiento entre la gente y
las culturas del mundo.
-Su trabajo humanista es enorme, ¿difícil?
-No ha sido fácil, pero nada es fácil en
nuestro siglo. Nada es fácil en la vida, siempre debemos cargar con el peso de
la historia en nuestros hombros. Cada uno de nosotros, sea cual sea el trabajo
que desempeña en la sociedad, a favor de ella. Y así debe ser. Yo, cada vez que
tomo mi violín pienso que no soy yo quien lo toca, no soy yo solo, soy todos
aquellos que antes de mí tocaron un violín. Es una cierta idea de continuidad,
es un compromiso, un lazo con todos aquellos anteriores a mí. En su oficio,
cada persona es como la suma de todos los oficiantes anteriores. Es algo como
el sonido intenso que emana de los viejos muros de este templo; aquí el sonido
refleja huellas de muchas épocas, igual que el hombre cuando está en el atardecer
de su vida, que es además todos los sonidos que escuchó. Cuando hablo con
alguien, a veces, noto qué vida ha llevado por el sonido de su voz, por los
sonidos de sus movimientos.
-Creo que existe una escuela que estudia la
influencia del sonido en la vida humana...
-Oh sí, y es un conocimiento muy antiguo.
Incluso se llega a determinar ciertas enfermedades con el solo estudio de la
voz, y su curación a través de la música. Los animales son muy perceptivos en
esto, generalmente no se acercan cuando dos personas discuten, porque reconocen
los sonidos agresivos de sus voces, o agreden directamente: el sonido violento
enoja a los animales, que normalmente se calman con música.
-Hay muy poca difusión respecto a esta
característica musical.
-No la hay, y este conocimiento tiende a
perderse, aunque por fortuna aún hay personas que se interesan en averiguarlo;
yo quisiera escribir algo al respecto y es posible que lo haga. Hay algunas
clínicas médicas que usan música en sus programas de terapia, pero no sé
exactamente en qué se apoyan teóricamente: supongo que son ramificaciones de la
Escuela antigua. Yo, por costumbre, siempre he pensado que la música es como un
buen médico.
-¿Cómo nace la música?
-Nace del orden que se da a los sonidos
naturales que nos acompañan desde siempre; del orden que dimos para identificar
los sonidos que percibimos como seres humanos, y además del sonido del silencio
que percibe nuestro oído interior. En esta iglesia, de estos muros arranca se
puede oír el sonido del silencio, ¿verdad?. Aquí hay una acústica única. Se
dice en Europa que los que construyeron las catedrales estudiaban muy bien esta
música que emana del silencio. Debió ser un conocimiento común a todos los
antiguos constructores de templos.
-¿Piensa que esta sabiduría se ha perdido?
-No creo que se haya perdido, pero no es
usual.
-Tampoco es usual ahora que se escriban
grandes piezas musicales.
-Es que, al parecer, en ciertas épocas los
autores suelen olvidar esa mágica relación que existe con la naturaleza, que es
de donde arranca la música, por eso es tan grandiosa, porque es como la
naturaleza misma. Los mahometanos empleaban el agua para disfrutar del sonido
de un arroyo dentro de sus casas, y la hacía correr dentro de los aposentos por
canales artificiales construidos con ese sólo propósito. ¿A ti, qué sonido de
la naturaleza te agrada?
-...el que produce el mar.
-Oh, sí, es una música muy bella, muy
fuerte, varonil. En cambio, a las mujeres, por ejemplo, en general las asusta
el mar por el sonido que emite, y es una de las razones de que la pesca es un
oficio generalmente masculino, porque hay pocas mujeres que sean pescadoras. El
mar es terrible, y su música es grandiosa.
-¿Qué sonido natural le agrada más a usted?
-Yo tengo pocos recuerdos marinos en mi
vida, mis recuerdos son del campo; en los Alpes suizos, en Gstaad, donde paso
la mayor parte del año; el parque siempre está verde y a veces corro descalzo y
siento el césped en mis pies. También me agrada el olor de los graneros, del
heno y la madera fuerte; cuando siento ese olor es como si me pusiera eufórico,
porque los olores se unen al sonido, porque se hace una bendición vivir casi
sin paredes. Yo, si uno esos olores únicos al paisaje sonoro del campo, como el
sonido del álamo temblón, que tiene un gran follaje, entonces sus hojas no son
rígidas, y cada una de ellas susurra íntimamente el paso del viento. La música
del viento entre las hojas que caen es único... eso es para mí la música.
Yehudi Menuhin habla con gran pasión de su
trabajo, gesticula con sus manos cuando algo no le concierne, pero está
completamente en calma cuando se refiere a la música, a lo que le concierne: se
ve en paz consigo mismo. Habla del silencio como uno de los componentes
esenciales de la música, y de su enemigo mayor: "que no es ciertamente el
sonido, que constituye su orden; es el ruido, el desorden". Dice que su
infancia transcurrió en la ciudad de San Francisco, en California, y que
recuerda claramente el sonido que hacían unas campanitas japonesas que había en
su casa, y que vibraban con el viento: "En toda la ciudad, a la entrada de
las tiendas es usual que aún cuelguen placas pequeñas de cristal, que con la
brisa emiten un suave tintineo". Le comento haber leído que cada campana emite
una música de acuerdo a las aleaciones de metal que contiene, a sus componentes
que le dan cierta forma de vida propia. El dice:
-Sospecho que cada objeto tiene una vida
intrínseca. Por eso me agrada la actitud de los africanos, y de los druidas, al
creer que cada objeto está "habitado", y que no es posible establecer
contacto con el objeto si no se le "oye". En verdad, todo tiene una
vibración y nunca lograremos entenderlo sin hacer un contacto con esa
vibración. Los indios pensaban que el bosque, las praderas y los ríos eran
libres por derecho propio, porque esa era su expresión natural. Nosotros, en el
siglo XX, pensamos que el aire y el agua son patrimonio de toda la humanidad,
porque así lo hemos entendido cuando estaban en peligro; pero, si supiéramos interpretar
los sonidos, en muchos sitios no hubiera sido necesario esperar a que se
silenciaran para siempre antes de decidirnos a protegerlos. Los antiguos sí
sabían interpretar los sonidos de la naturaleza, y es una lástima que ahora
muchos se estén negando esta condición intuitiva.
Como en todos sus conciertos
internacionales, Menuhin incluye obras de autores jóvenes desconocidos para el
público, a fin de dar a conocer los nuevos talentos, lo que lo ha convertido en
un gran difusor de la música contemporánea. Sin embargo, también es uno de sus
sólidos aportes la academia que ha formado en Gstaad (Internationale Manuhin
Musik Akademie, Postach 41, 3789 Gstaad, Suiza); donde apoya a jóvenes
virtuosos del violín de todo el mundo. Dice al respecto: -Mucha gente es buena,
pero lo que busco entre mis alumnos son aquellos capacitados, a quienes tienen
ese algo especial que va más allá del talento o la habilidad. Aceptamos uno de
cada veinte aspirantes, porque no tenemos mayor capacidad. Los cursos duran de
tres a cuatro años.
Nos relata que los estudiantes deben
superar, entre otras pruebas, el clima extremoso: "especialmente
acostumbrarse a un perturbador y constante viento que llamamos
"föhn". También deben adaptarse a un medio de vida frecuentemente
distinto al que vivieron hasta ingresar en la Academia. Tenemos un sistema de
becas, pero son reducidas, lo que les obliga a vivir con muy poco en un rincón
del mundo famosos por sus altos precios." Le pregunto si mantiene su
Academia con las entradas de los estudiantes. Dice: -Sería completamente
imposible. Nuestro financiamiento se logra con ayuda de particulares, y siempre
en ese aspecto estamos muy limitados. Todos los estudiantes que llegan poseen
características afines, como haber comenzado a tocar el violín a temprana edad,
y una sólida base de conocimientos de música. En mi juventud nunca tuve
suficientes oportunidades de interpretar música de Cámara, y en la Academia
practicamos mucha música de cámara, porque no quiero que mis alumnos sufran esa
desventaja. Cada intérprete tiene su propio estilo y sentimiento al tocar, lo
que significa que ha de interpretar de una cierta manera. Este modo particular
es el que yo intento descubrir en cada uno, y es lo primero que tengo en cuenta
y respeto de mis alumnos.
-¿Qué rutina aplica a sus discípulos?
-Todos deben estar dispuestos a aprender, y
dedicar a ellos toda su disposición; deben practicar su instrumento durante
cinco horas por día, más las clases magistrales y los incontables ensayos para
orquesta. Hay, además, un programa de educación física que consiste en una hora
diaria de natación.
-¿Otra característica que aúne a sus
discípulos?
-¡Son
todos prodigiosos!
Publicado en papel vegetal en VOGUE-México
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