Monday, February 06, 2006

ENTREVISTA A YEHUDI MENUHIN.














"No he ido distraídamente por el mundo
tocando el violín, mientras todo arde..."


Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Publicado en VOGUE.

EL VIOLINISTA SUPREMO.

Por Waldemar Verdugo Fuentes
Publicado en VOGUE

El legendario violinista Yehudi Menuhin, afirma que su violín es "un arma de reconciliación conmigo mismo y con los demás". Hijo de inmigrados rusos, nació en New York en 1916: "no obstante mi edad, el asombro y la capacidad de creer en los demás permanece igual, intemporalmente". Le enseñaron a tocar el violín desde los cinco años, cuando inició sus estudios musicales con maestros notables como Louis Persinger, Georges Enesco y Adolf Busch. Luego, su amistad con artistas igualmente excepcionales como Casals, Toscanini y Schabel, le permitieron adquirir los conocimientos del medio que le concierne, respaldando su virtuosismo que le han ubicado como uno de los grandes músicos contemporáneos.
   La calidad excepcional de Yehudi Menuhin se une a su extenso trabajo en favor de los más desposeídos, que también lo ubica como un destacado humanista, porque, dice él: "después de todo no se puede ir distraídamente por ahí tocando el violín mientras todo arde". Desde 1952 realiza constantes presentaciones, especialmente en los países donde el hambre arrecia, como en India, cuyas ganancias las destina al "Fondo para la Hambruna", que le ha valido, entre otros, el Premio de la Paz Jawaharlal Nehru" de ese país. Ha ocupado varios cargos de responsabilidad social, como la presidencia del Consejo Musical Internacional de la UNESCO, y la dirección del Fondo Internacional para Ayuda Mutua de Músicos. Entre otras distinciones ha obtenido el Premio de la Paz en Alemania, la Legión de Honor en Francia, la Orden al Mérito de Alemania, la Orden de la Corona Belga; es Caballero Honorario del gobierno inglés, Doctor Honoris Causa en una veintena de universidades y Ciudadano Honorífico de varios países.
   Con el maestro Menuhin conversamos en el marco excepcional de la antiquísima Iglesia de la Compañía en la ciudad de Guanajuato. El asiste como invitado del Festival Internacional Cervantino, el excelso encuentro de artistas del mundo que se celebra cada año en esta bella ciudad mexicana. Me cita a las ocho de la mañana, y cuando llego a esa hora, Menuhin ya ha desayunado, el color plateado de su cabello resalta con el elegante traje oscuro que viste; se muestra cordial y animado. Dice que partamos enseguida al lugar en que deberá actuar al medio día: el atrio de la Compañía. Nos dirigimos a la iglesia junto a otras personas que forman su comitiva, todos ellos son también sus discípulos. Menuhin inspecciona cada rincón del lugar, es bellísimo el sitio y sus gestos son de gran complacencia por lo que ve; prueba el sonido y confirma que todo estará en orden para su concierto. Alrededor de las 10:30 su inspección ha terminado, imparte algunas órdenes finales y dice que nos ubiquemos en una de las bancas finales del recinto sagrado. Allí conversamos sin que nadie nos interrumpiera nunca, hasta una hora después, cuando comenzó a llegar el público. En un momento, le pregunto acerca de lo que ha intentado lograr en su vida consagrándose a la música:
   -He intentado robarle a la vida la ilusión de ser feliz.
   -¿Lo ha conseguido?
   -A mi manera, sí. También he intentado crear utopías, porque si bien la música parece normal y razonable, también es utópica.
   -¿Por qué su interés en lo utópico?
   -Porque creo que lo normal y lo no-razonable deben estar balanceados, debe existir un equilibrio a pesar de todo. A veces pareciera que lo irrazonable, que la violencia es lo lógico, que la agresión sea lo normal; y en estos casos es cuando la música cumple una de sus funciones esenciales, que es crear armonías. Mi deseo, mi aspiración es conseguir que mi trabajo de músico logre, en su medida, un mayor entendimiento entre la gente y las culturas del mundo.
   -Su trabajo humanista es enorme, ¿difícil?
   -No ha sido fácil, pero nada es fácil en nuestro siglo. Nada es fácil en la vida, siempre debemos cargar con el peso de la historia en nuestros hombros. Cada uno de nosotros, sea cual sea el trabajo que desempeña en la sociedad, a favor de ella. Y así debe ser. Yo, cada vez que tomo mi violín pienso que no soy yo quien lo toca, no soy yo solo, soy todos aquellos que antes de mí tocaron un violín. Es una cierta idea de continuidad, es un compromiso, un lazo con todos aquellos anteriores a mí. En su oficio, cada persona es como la suma de todos los oficiantes anteriores. Es algo como el sonido intenso que emana de los viejos muros de este templo; aquí el sonido refleja huellas de muchas épocas, igual que el hombre cuando está en el atardecer de su vida, que es además todos los sonidos que escuchó. Cuando hablo con alguien, a veces, noto qué vida ha llevado por el sonido de su voz, por los sonidos de sus movimientos.
   -Creo que existe una escuela que estudia la influencia del sonido en la vida humana...
    -Oh sí, y es un conocimiento muy antiguo. Incluso se llega a determinar ciertas enfermedades con el solo estudio de la voz, y su curación a través de la música. Los animales son muy perceptivos en esto, generalmente no se acercan cuando dos personas discuten, porque reconocen los sonidos agresivos de sus voces, o agreden directamente: el sonido violento enoja a los animales, que normalmente se calman con música.
   -Hay muy poca difusión respecto a esta característica musical.
   -No la hay, y este conocimiento tiende a perderse, aunque por fortuna aún hay personas que se interesan en averiguarlo; yo quisiera escribir algo al respecto y es posible que lo haga. Hay algunas clínicas médicas que usan música en sus programas de terapia, pero no sé exactamente en qué se apoyan teóricamente: supongo que son ramificaciones de la Escuela antigua. Yo, por costumbre, siempre he pensado que la música es como un buen médico.
   -¿Cómo nace la música?
   -Nace del orden que se da a los sonidos naturales que nos acompañan desde siempre; del orden que dimos para identificar los sonidos que percibimos como seres humanos, y además del sonido del silencio que percibe nuestro oído interior. En esta iglesia, de estos muros arranca se puede oír el sonido del silencio, ¿verdad?. Aquí hay una acústica única. Se dice en Europa que los que construyeron las catedrales estudiaban muy bien esta música que emana del silencio. Debió ser un conocimiento común a todos los antiguos constructores de templos.
   -¿Piensa que esta sabiduría se ha perdido?
   -No creo que se haya perdido, pero no es usual.
   -Tampoco es usual ahora que se escriban grandes piezas musicales.
   -Es que, al parecer, en ciertas épocas los autores suelen olvidar esa mágica relación que existe con la naturaleza, que es de donde arranca la música, por eso es tan grandiosa, porque es como la naturaleza misma. Los mahometanos empleaban el agua para disfrutar del sonido de un arroyo dentro de sus casas, y la hacía correr dentro de los aposentos por canales artificiales construidos con ese sólo propósito. ¿A ti, qué sonido de la naturaleza te agrada?
   -...el que produce el mar.
   -Oh, sí, es una música muy bella, muy fuerte, varonil. En cambio, a las mujeres, por ejemplo, en general las asusta el mar por el sonido que emite, y es una de las razones de que la pesca es un oficio generalmente masculino, porque hay pocas mujeres que sean pescadoras. El mar es terrible, y su música es grandiosa.
   -¿Qué sonido natural le agrada más a usted?
   -Yo tengo pocos recuerdos marinos en mi vida, mis recuerdos son del campo; en los Alpes suizos, en Gstaad, donde paso la mayor parte del año; el parque siempre está verde y a veces corro descalzo y siento el césped en mis pies. También me agrada el olor de los graneros, del heno y la madera fuerte; cuando siento ese olor es como si me pusiera eufórico, porque los olores se unen al sonido, porque se hace una bendición vivir casi sin paredes. Yo, si uno esos olores únicos al paisaje sonoro del campo, como el sonido del álamo temblón, que tiene un gran follaje, entonces sus hojas no son rígidas, y cada una de ellas susurra íntimamente el paso del viento. La música del viento entre las hojas que caen es único... eso es para mí la música.
   Yehudi Menuhin habla con gran pasión de su trabajo, gesticula con sus manos cuando algo no le concierne, pero está completamente en calma cuando se refiere a la música, a lo que le concierne: se ve en paz consigo mismo. Habla del silencio como uno de los componentes esenciales de la música, y de su enemigo mayor: "que no es ciertamente el sonido, que constituye su orden; es el ruido, el desorden". Dice que su infancia transcurrió en la ciudad de San Francisco, en California, y que recuerda claramente el sonido que hacían unas campanitas japonesas que había en su casa, y que vibraban con el viento: "En toda la ciudad, a la entrada de las tiendas es usual que aún cuelguen placas pequeñas de cristal, que con la brisa emiten un suave tintineo". Le comento haber leído que cada campana emite una música de acuerdo a las aleaciones de metal que contiene, a sus componentes que le dan cierta forma de vida propia. El dice:
   -Sospecho que cada objeto tiene una vida intrínseca. Por eso me agrada la actitud de los africanos, y de los druidas, al creer que cada objeto está "habitado", y que no es posible establecer contacto con el objeto si no se le "oye". En verdad, todo tiene una vibración y nunca lograremos entenderlo sin hacer un contacto con esa vibración. Los indios pensaban que el bosque, las praderas y los ríos eran libres por derecho propio, porque esa era su expresión natural. Nosotros, en el siglo XX, pensamos que el aire y el agua son patrimonio de toda la humanidad, porque así lo hemos entendido cuando estaban en peligro; pero, si supiéramos interpretar los sonidos, en muchos sitios no hubiera sido necesario esperar a que se silenciaran para siempre antes de decidirnos a protegerlos. Los antiguos sí sabían interpretar los sonidos de la naturaleza, y es una lástima que ahora muchos se estén negando esta condición intuitiva.
   Como en todos sus conciertos internacionales, Menuhin incluye obras de autores jóvenes desconocidos para el público, a fin de dar a conocer los nuevos talentos, lo que lo ha convertido en un gran difusor de la música contemporánea. Sin embargo, también es uno de sus sólidos aportes la academia que ha formado en Gstaad (Internationale Manuhin Musik Akademie, Postach 41, 3789 Gstaad, Suiza); donde apoya a jóvenes virtuosos del violín de todo el mundo. Dice al respecto: -Mucha gente es buena, pero lo que busco entre mis alumnos son aquellos capacitados, a quienes tienen ese algo especial que va más allá del talento o la habilidad. Aceptamos uno de cada veinte aspirantes, porque no tenemos mayor capacidad. Los cursos duran de tres a cuatro años.
   Nos relata que los estudiantes deben superar, entre otras pruebas, el clima extremoso: "especialmente acostumbrarse a un perturbador y constante viento que llamamos "föhn". También deben adaptarse a un medio de vida frecuentemente distinto al que vivieron hasta ingresar en la Academia. Tenemos un sistema de becas, pero son reducidas, lo que les obliga a vivir con muy poco en un rincón del mundo famosos por sus altos precios." Le pregunto si mantiene su Academia con las entradas de los estudiantes. Dice: -Sería completamente imposible. Nuestro financiamiento se logra con ayuda de particulares, y siempre en ese aspecto estamos muy limitados. Todos los estudiantes que llegan poseen características afines, como haber comenzado a tocar el violín a temprana edad, y una sólida base de conocimientos de música. En mi juventud nunca tuve suficientes oportunidades de interpretar música de Cámara, y en la Academia practicamos mucha música de cámara, porque no quiero que mis alumnos sufran esa desventaja. Cada intérprete tiene su propio estilo y sentimiento al tocar, lo que significa que ha de interpretar de una cierta manera. Este modo particular es el que yo intento descubrir en cada uno, y es lo primero que tengo en cuenta y respeto de mis alumnos.
   -¿Qué rutina aplica a sus discípulos?
   -Todos deben estar dispuestos a aprender, y dedicar a ellos toda su disposición; deben practicar su instrumento durante cinco horas por día, más las clases magistrales y los incontables ensayos para orquesta. Hay, además, un programa de educación física que consiste en una hora diaria de natación.
   -¿Otra característica que aúne a sus discípulos?
   -¡Son todos prodigiosos!

Publicado en papel vegetal en VOGUE-México
© Waldemar Verdugo Fuentes
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